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La poesía de Ana Bermejo, la poesía que ahora nos regala en La vida, sin más, tiene la apariencia cristalina de las aguas mansas de un lago. Pero uno sabe, nada más comenzar a leer el primer poema, el primer verso, tú y yo nos debemos varios otoños, que ni es tan cristalina el agua ni tan manso el verso. Algo siempre queda en el poema recién leído que vibra, que permanece a la espera de un misterio, de una duda o de una certeza, de un recuerdo o de una premonición, que todo puede cambiar de pronto, en cualquier momento, en cualquier lugar. Como esas palabras escuchadas, aunque no comprendidas, en boca del médico. Como esa fiebre que todo lo ilumina y que convierte la cama en un campo de batalla. Porque La vida, sin más es uno y son muchos viajes. Es un viaje por el tiempo de la espera, desde esos varios otoños iniciales hasta ese junio que se vuelve verde y milagroso al final. Pero es también un viaje que comienza con un corre y que termina con un ven, uno de esos pocos verbos que se salvan de la diestra poda de la ignorancia de los diccionarios que nada saben de la vida. Una historia de amor donde van cayendo, una a una, todas las hojas de las dudas y de los miedos. José Manuel Lucía Megías, fragmento del prólogo.